“Querido Niño Jesús, este año me he portado muy bien…” Así comenzaban todas mis Cartas al Niño Jesús para pedir mis regalos de Navidad y, muy probablemente, la de una gran cantidad de niños venezolanos. Todavía hoy se mantiene la tradición en buena parte de las familias venezolanas. Pero, en esta oportunidad no pediré regalos a título personal o juguetes para lanzarme al piso a divertirme con mi hijo de cuatro años. Esta vez mis peticiones serán más pensando en colectivo, en la gente, en el futuro. Por un sentimiento que –ahora- más que moverme, me conmueve: la #biblioteca venezolana. Ahí voy…
Querido Niño Jesús, Niño Dios, única autoridad a la que toca pedirle por estos días en Venezuela, entiendo que la lista de prioridades en este momento en el país comienza por la seguridad y sigue con el abastecimiento de alimentos, el costo de la vida, la búsqueda de empleos formales, un servicio de electricidad eficiente, funcionarios transparentes, y otros tantos asuntos bien escasos en estos momentos. Sin embargo, acudo a ti para pedirte por un aspecto de la vida tan fundamental como la arepa, la cobija o el quince y último. Te escribo para pedirte por la educación y la cultura de este país, te pido intercedas por nuestras bibliotecas.
Yo sé, estoy plenamente consciente que aquello de “este año me he portado muy bien” no aplica mucho con los burócratas de la cultura. No tenemos los bibliotecarios rasos la culpa de que las mal llamadas gestiones en el sector público estén manchadas de tinta roja, y no precisamente por ser el color del partido de gobierno. Y no suelo decir cosas como esas a la ligera, sólo que los datos y las cifras hablan por sí solos. Y no porque las lumbreras del Instituto Autónomo Biblioteca Nacional y de Servicios de Bibliotecas cumplan con el principio de transparencia y hagan público sus informes anuales o memorias y cuentas, o porque leyeron el Manifiesto IFLA por las Estadísticas. No. Esto es porque el Ministerio de la Cultura, al cual está adscrito, gracias a ti mi Dios, sí publica las intenciones de gestión que incluye las tintas rojas.
Es por eso que a pesar de que todos estos años las bibliotecas públicas y los servicios bibliotecarios han sufrido por la “insuficiencia de recursos presupuestarios”, y a pesar del fracaso de los tres intentos conocidos por implementar políticas públicas desde la Biblioteca Nacional en la última década; te pido encarecidamente, por favor, ilumina a nuestras bibliotecas. E ilumina también a aquellos que ostentan el poder, ya sea municipal, estadal o nacional, para que se apiaden de nosotros, de nuestras comunidades y nuestros usuarios.
Lleva mucha luz de sabiduría y esperanza a esos sitios donde sabes aún gobierna la oscuridad de la subcultura. Que esos alcaldes que acaban de recibir los votos ciudadanos se conviertan en aliados de la educación y la cultura, y no en verdugos de las bibliotecas. Que si van a llenar buena parte de sus bolsillos del patrimonio público, al menos llenen de libros los estantes de la biblioteca pública. Que por cada sentimiento de odio polarizado que se lance a su adversario político, llegue una pizca de alegría al niño que no tiene nada y va y se sienta en la biblioteca a buscar una sonrisa.
Que aquello de “Planificar de manera efectiva la entrega a todas las bibliotecas públicas, así como a las escolares, de los materiales producidos sobre (a) la historia de los grupos subalternos; (b) la memoria histórica popular; (c) las diferentes culturas regionales y étnicas de Venezuela”; y algunas otras iniciativas que puedan salir del tan publicitado “Plan de la Patria”, de verdad, se materialicen a favor de los ciudadanos. Eso sí, de conformidad con lo establecido en el artículo 108 de la Constitución Bolivariana y las leyes de la República vigentes. ¡Que no haya caminos verdes! Que no se imponga la barbarie sobre la civilización.
Niño Jesús bendito, que a estas alturas del texto ya eres mi amigo, mi pana, mi confidente, mi hombro para llorar a moco suelto, te lo pido de corazón, borra cualquier señal de indiferencia en los bibliotecólogos venezolanos. Hazlos entrar en razón, que atiendan su profesión y su horizonte, que busquen su título universitario y al verlo recuerden que ese papel tiene un valor fundamental, que activen ese espíritu de lucha que a fin de cuentas será el que permita recuperar la dignidad profesional y al mismo tiempo al ya casi olvidado Colegio de Bibliotecólogos y Archivólogos de Venezuela. Eso también cuenta para los estudiantes y los profesores de las Escuelas de Bibliotecología y Archivología de Caracas y Maracaibo.
Querido Niño, que cualquier Ley que pretenda ser sancionada desde la Biblioteca Nacional sea consultada, que lleve consigo el manto sagrado de la participación ciudadana y la participación política, que sea plural, diversa, democrática. Que se eviten los pasajes secretos o salvoconductos de la legislación por decreto. De lo contrario, será nula de toda nulidad. No permitas que sea el modelo único de Chubarian el que domine, me agrada más la idea de la UNESCO de proteger los fondos y servicios bibliotecarios de sesgos o censuras ideológicas, políticas o religiosas.
Por último, yo te pido que alejes esa apatía social de más del 80% de la población por las bibliotecas. Ayúdanos a hacerle entender a la gente que sin información, educación y cultura no habrá jamás un “país potencia”, mucho menos “patria”. Que antes de extraer todas las súper reservas de petróleo que inundan nuestro subsuelo debemos aprender a leer, a razonar de forma libre, crítica y selectiva, a ver a nuestros semejantes como uno más para la construcción de las grandes obras, y no como un adversario que hay que restar por su color político o su forma de pensar. Que más que construir puentes, carreteras, escuelas, hospitales, e incluso grandes bibliotecas, primero debemos construir juntos la ciudadanía. Ser ciudadanos será lo que nos abrirá el camino hacia el desarrollo, un camino que se dibuja al andar.
Me despido con el maravilloso mensaje de un argentino universal:
“Es posible que las bibliotecas continúen y sobrevivan mientras persistamos en asignar palabras al mundo que nos rodea y preservarlas para futuros lectores. Tantas cosas han sido nombradas que, a pesar de nuestra insensatez, no renunciaremos a ese pequeño milagro que nos proporciona un atisbo de comprensión. Puede que los libros no cambien nuestro sufrimiento, puede que no nos defiendan del mal, puede que no nos digan qué es bueno o qué es hermoso, y ciertamente no nos protegerán de nuestro común destino final. Pero nos conceden innumerables posibilidades: la posibilidad de cambio, la posibilidad de iluminación.”
Alberto Manguel, La Biblioteca de Noche (2006, p. 230)