Los museos han experimentado cambios significativos en los últimos años, que les han obligado a redefinirse y reformular su gestión. “Un punto clave en este cambio es el reconocimiento de que se relacionan con una gran diversidad de públicos más allá del que es el suyo tradicional, los visitantes.” (Hoopper-Greenhill, 2000 op. cit. Oliveira; Capriotti, 2013, p. 211) Durante mucho tiempo el público no ha sido una prioridad de los museos, y por tanto no se los ha considerado en la elaboración del guión museológico y expositivo.
No debe perderse de vista que las políticas, misión, visión de los museos serán las que definan los públicos a los cuáles se dirijan, a través de los programas, servicios, productos y actividades que incluyan en sus ofertas culturales. A la vez “… no debemos dejar de reconocer que cada museo tiene una personalidad propia que atrae a una gama particular de visitantes con intereses específicos, que deben ser identificados para poder ser atendidos.” (Mantecón, 2007, p. 98)
“Toda clase social puede hacer el consumo cultural que prefiera, pero siempre que el Estado atienda el deber de proporcionar la posibilidad de diversidad en cualquier orden.” (Larroca, 2009, p.10)
Los museos han de preocuparse especialmente por la atención brindada a sus públicos, redefiniendo su función para atraer a nuevos visitantes y fidelizar a la comunidad en la cual se inserta, contribuir a la imagen de un museo que sientan propio, y como parte constitutiva de su identidad.

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De esta manera los estudios de uso y consumo cultural se vuelven fundamentales para conocer sobre las prácticas, necesidades y demandas de los públicos respecto a los museos.
Existen multiplicidad de ofertas culturales, comerciales que compiten con la oferta brindada por el Museo, y obligan además de implementar estudios de uso y consumo a prestar especial atención a la formación de públicos; “… los públicos no nacen, sino se hacen y rehacen; son constantemente formados y deformados por la familia, la escuela, los medios…”(Mantecón, 2007, p. 99)
El atraer nuevos públicos se vuelve entonces el desafío, y es aquí dónde los museos deben diferenciarse de ofertas meramente comerciales, considerando a los potenciales públicos en su calidad de ciudadanos con derechos informacionales, comunicacionales y culturales.
“No se trata simplemente de espectacularizar los recursos museográficos para hacer más rentable la institución aumentando las audiencias, sino de atraer y atender a la mayor diversidad posible de públicos, de ampliar la gama de ‘elegidos’ -tal como lo plantean Bourdieu y Darbel op. cit. Mantecón (2007)- […] a través de estrategias decididas de inclusión, reconociendo que el objetivo principal es el combate a la inequidad en el acceso y en el disfrute a la cultura…” (p. 101). No sólo se trata de atraer nuevos públicos, sino también de brindarles nuevas herramientas para que tengan experiencias reales de formación en su capacidad de disfrute de la cultura, y sean ciudadanos capaces de leer, escuchar, escribir, y ver.
Previo a todo tipo de análisis posible sobre el tema, coincidiremos en que es una realidad que no todos llegan al museo y muchos ni siquiera lo intentan, no se sienten atraídos, motivados y/o interesados por la oferta cultural que el museo brinda. Estas ausencias de público que posiblemente se aprecien hoy en día en muchos museos, no deberían rotularse en una primera instancia como fallas, carencias, como un debe que el museo presenta hacia la sociedad; ya que son muchas las razones que pueden ejercer su influencia y contribuir a generar esta brecha. El desconocimiento de qué es un museo y qué pueden encontrar allí, cuáles son efectivamente sus derechos culturales en cuanto al acceso y disfrute a la cultura, son algunas de las razones más visibles de esta brecha.

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A la vez cuando hablamos de consumo cultural es impensable hacerlo sin contextualizarlo en una determinada realidad cultural, que lo es también económica, social, política, y que por tanto nos conduce a hablar de “consumos” en plural; “[…] diversos, heterogéneos, fuertemente diferenciados por gusto y por capacidad económica, ampliamente distintos porque dentro de nuestra cultura coexisten varios territorios, varias culturas, todas y cada una de ellas con derecho a ciudadanía y con sus propios consumos e imaginarios superpuestos.”(Achugar, H., 2003, p. 38).
“Las posibilidades de que los no-públicos se acerquen a los museos se ven limitadas, por otra parte, por las propias comunidades a las cuales pertenecen. Si reconocemos que el consumo no es algo “privado, atomizado y pasivo” sino “eminentemente social, correlativo y activo” no un “artefacto de los caprichos o necesidades individuales” sino “un impulso socialmente regulado y generado”, (Appadurai op. cit. Rosas Mantecón, 1991, p. 48-49), entenderemos el desinterés de ciertos sectores en los museos; este no sólo se debe al débil capital simbólico con que cuentan para apreciar esos mensajes, sino también a la “ […] fidelidad a los grupos en los que se insertan. Dentro de la ciudad son sus contextos familiares, de barrio y de trabajo los que controlan la homogeneidad del consumo, las desviaciones en los gustos y los gastos.” (García Canclini, 1995: 49)

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No debe entonces sorprendernos que determinados sectores sociales no consideren a los museos como un lugar de disfrute, aprendizaje y entretenimiento. Existe de por sí una cuestión de “gusto”, subjetiva, personal, que es diversa y merece ser respetada por las instituciones y actores que gestionan la cultura.
La presente exposición nos reafirma el desafío al que debe enfrentarse el museo de hacer accesible a todos por igual su patrimonio cultural; cometido que en el caso de museos de nuestra realidad, muchas veces resulta difícil de lograr dado los escasos recursos humanos con que cuentan, dificultándose la atención a un público numeroso y diverso. Es en este desafío que el museo debe brindar su valor agregado, en el generar necesidades donde no las hay, despertar el interés y la inquietud por la cultura que favorezcan, a que tanto el público especializado, académico, entendido en el área disciplinar a la que corresponda, cómo el adolescente, público en general, impedidos físicamente, sectores sociales excluidos, cuenten con las herramientas para vivir una experiencia agradable, enriquecedora, que a su vez los invite a volver al museo.
Fuentes consultadas
Achugar, H.; et.al. (2002). Imaginarios y Consumo Cultural: Primer Informe sobre consumo y comportamiento cultural, Uruguay 2002. Montevideo: Trilce.
EVE Museografía. (2014). ¿Qué va a ser de los museos?
Larroca, O. (2009). Toda la escala de grises…o casi. La Pupila, 2 (9), 10-11.
García Canclini, N. (1995). Consumidores y ciudadanos. México: Grijalbo.
Oliveira, A.; Capriotti, P. (2013). Gestión estratégica de los públicos en museos. De la identificación a la comunicación. El profesional de la información, 22 (3), 210-214.
Rosas Mantecón, R. (2007). Barreras entre los museos y sus públicos en la Ciudad de México. Culturales, III (5), 79-104.