Nana y Chora

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Fuente: Adriana Suarez

Cierta mañana, con el amanecer del cantar de gallos, en un lejano pueblito llamado Burdeos, perteneciente al Estado Sucre en Venezuela, en una casa de bahareque, con techo de palmas entrecruzadas, con paredes de barro tapiado, convivían en radiante armonía con la naturaleza, Teodora Alejandrina Granado, quienes conocimos a mí Abuela, la llamábamos “Chora”, una mujer radiante, de 1,68 de estatura, gordita, rellenita, dueña de una sonrisa mágica y ojos del color de la miel, muy ávidos por escudriñar todo lo que hay a su alrededor, morena, hija de indios, con su cabellera lisa y negra azabache, de mejillas regordetes, piel morena y de una voz suave y acelerada en tono oriental.

Junto a ella, siempre a su lado estaba Pedro del Valle Rojas, mi Abuelo, “Pedrito”, como le decía mi Abuela, un hombre alto, de 2,10 de estatura, su piel era como el ébano, negro como la noche más oscura, de contextura atlética, de mirada acuciosa, ojos de color marrón, agricultor, hijo de esclavos que llegaron a estas tierras orientales como el mismo relata; mijo’o, han pasado muchas lunas mijo’o, decía él mientras contemplaba a Chora, mientras ella preparaba las arepas de maíz pela’o, con esa agilidad en sus manos, que hasta su faldón vibraba con cada palmada que la daba a la masa.

Sus manos eran tan suaves, que ya no tenía huellas digitales, producto del calor de la fragua del fogón, sólo mi abuelo sabía dónde encontrar leña seca, porque la verde produce mucho humo y te va dejando ciega, decía él; mientras tanto, una avecilla morena revoloteaba alrededor de mi abuela, era Nolberta Agustina Granado, cariñosamente mi madre, “NANA”, una morena sonriente, ágil e hiperactiva, deseosa de aprender los quehaceres del hogar, ya que la escuela era la maestra vida, llena de incógnitas, esperando a ser descubiertas y resueltas.

“Nana”, mija’a, presta atención, que Pedrito tiene que ir al conuco a labrar la tierra, recuerda que tiene que pasar el Río Caraballo que se entrecruza con el Río Grande, búscale la vianda y la totuma para colocarle la leche fresca de cabra que ordeñaste esta mañana.

Nana, heredo esa magia que la naturaleza y la querencia de Chora, le regalaban cada día, morena, sonriente, ojos verde amarillos, cambian según el ánimo que ella tenga, heredo las características de mi abuela, cachetes regordetes, con par de hoyuelos que se le remarcan cada vez que sonríe, vivían de la tierra, el clima era quién dictaba las pautas, con el cantar del gallo, saben calcular el tiempo, de levantarse, trabajar, atender los cochinos, las gallinas, sus polluelos, las cabras y atizar el fogón.

Cabalgando en el polen tropical de esta vegetación, con aroma a cacao, a tierra húmeda, con el trinar de los pájaros y el redoble del agua del río cuando se desliza sobre las piedras, donde pausadamente, Nana, buscaba agua fresca en las totumas, para llenar la tinaja que estaba en la casa, mientras transitaba, brincaba y le respondía con silbidos el cantar de los pájaros, aprovechaba de agarrar y comer manzanas de agua o pumarrosa, con forma de pera, tiene el color de una manzana roja, con aroma a rosas y su textura es tan suave que parece un algodón azucarado, desde que lo muerdes y lo degustas en tu paladar.

Ella iba caminando, saltando y cantando, hablando con su sombra, con su cabello azabache despeinándose por el viento, retornaba a la casa, con agua y pumarrosas; avanzaba el transcurso del día y ya Chora estaba fajada en el fogón, preparando una sopa de gallina criolla, todos los aliños eran concedidos por la madre tierra, el aroma era alucinante, las presas de la gallina sobresalían del agua en ebullición, donde se podía apreciar el ocumo, ñame, papas, perejil y otras especies que mi abuela le agregaba y le transmitía este conocimiento a mi madre.

En la lejanía, se lograba ver a Pedrito, se acercaba con su mula, cargada con leña, aguacate, maíz y una lapa que logro cazar; con grandes manos que abrazaban a su hija cuando ella le daba la bienvenida y un tierno beso apasionado a Chora, en su rostro se podía ver el cansancio del trajinar del día, su piel curtida por él sol; para él, no existían las quejas, ni remordimientos, solo deseaba trabajar, mantener y multiplicar a su familia.

Son tiempos, en los que se escuchaba hablar de la capital, pero era algo que a Pedrito no le quitaba el sueño, lo tenía todo y no quería abandonar a su familia, él sabía que salir de este pedacito de tierra, llevaría muchos días y meses para poder llegar a la Capital y volver a retornar al campo que tanto amor y dedicación le ha concedido Dios.

Dios me los bendiga en la gloria del señor y a mi madre “NANA”, gracias por todo tu amor, hay mucho camino por recorrer Madreciña, hay que seguir adelante!!!!

Fernando Antonio Salas Granado

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