La neutralidad se caracteriza por no tomar postura entre caracteres, planteamientos o situaciones. Por lo general, es visto como un punto medio. Como consecuencia es visto como ético y es aplicado en entornos académicos como tal. No obstante, más allá de no adoptar una postura o una acción política, varios críticos del campo de las ciencias bibliotecarias proponen que es lo contrario. La neutralidad en el campo de las ciencias bibliotecarias sí recae como una acción política de ignorar problemas sociales o no retar argumentos que pueden ser potencialmente perjudiciales para la sociedad. Bibliotecarias como Stacie Williams (2017) exponen que la neutralidad en la profesión es tóxica y le deniega la autoridad a grupos minoritarios o marginados.
“Neutrality does not encourage our critical thinking; it doesn’t ask us to question facts that are wrong, or behaviors that are prejudiced […] neutrality doen’t necessarily reveal injustice but further entrenches it, which is ironic” (Williams, 2017, párr. 9).
Alison M. Lewis (2008) pregunta retóricamente la visión popular sobre la neutralidad: ¿acaso esta
no es vista como algo positivo en el plano profesional? En la Carta de derechos de las bibliotecas, publicada por la American Library Association (ALA, por sus siglas en inglés) se menciona que el bibliotecario debe evitar dejarse guiar por sus creencias y puntos de vistas. Pues, la biblioteca es un lugar donde los usuarios tienen la oportunidad de estar expuestos a múltiples puntos de vista. (Lewis, 2018, p. 1). En una de las asambleas de ALA en el 2018, se llevó a cabo un panel entre varios bibliotecarios y directores de la sub-asociación de ALA. Entre el grupo se encontraba James LaRue, el director de la Oficina de Libertad Intelectual (OIF, por sus siglas en inglés). LaRue define la neutralidad de contenido dentro de aspectos legales y bajo la misión que tienen en común varias bibliotecas en los EE. UU.: proveer una platafoma de acceso a todos los usuarios de las bibliotecas y tratar a estos equitativamente (Cartlton, 2018). Por su parte, Chris Bourg, director del sistema de bibliotecas del Massachusetts Institute of Technology (MIT) argumenta que las bibliotecas ni los espacios donde estas se encuentran son neutrales. Al contrario, las bibliotecas están a la merced de las comunidades a quienes le sirve. Junto al argumento de Bourg, Williams (2017) describe los diversos aspectos que muestran que las bibliotecas no son espacios neutrales:
“I have been reminded that nothing about libraries is neutral. Not the desk or furniture that are sometimes built by incarcerated individuals who can’t protest their labor. Not the buildings, some of which lack physical access for individuals who can’t climb stairs or walk over uneven stones and bricks. Not the collections development theories, not the leadership opportunities, not the vacation and break schedules, or the computer policies. Not our co-workers, our funding models, and certainly not the patrons we serve. Neutrality as we use it in libraries leave people standing at the margins [.]” (Williams, 2017, párr. 3).
Paralelo a este argumento, se señala que silenciar u obviar aspectos relacionados a la violencia como consecuencia de la neutralidad tiene consecuencias negativas para los usuarios de la biblioteca y la comunidad. En el caso de bibliotecario, este concepto ha sido descrito como uno que lo posiciona como un ente pasivo, sin emociones sólo se limita a proveer información según solicitado (Branum, 2008). Aunque este debate ha tomado mayor auge en años recientes, el mismo comenzó en la década de los 1980, luego de las luchas sociales en los 1960s-1970s (Branum, 2008). Desde ese entonces se identificó la neutralidad en las bibliotecas como un sentimiento de falta de importancia. Drabinski (2018) nos invita a pensar más allá de las colecciones y los servicios materiales de la biblioteca. Como se mencionó anteriormente, la neutralidad incluye las interacciones de los profesionales y el espacio en el que habita la biblioteca.
En el caso de la biblioteca escolar, patrones similares tieneden a emerger. La biblioteca escolar responde al currículo establecido por la instutución. El currículo, como documento vivo responde a patrones de tiempo, espacio y las necesidades de la comunidad escolar. Es por ello que la biblioteca escolar tampoco es capaz de ser neutral. De hecho, Drabinski (2018) señala que la neutralidad es inalcanzable. Junto a ello Ferretti (2018) extiende el concepto a uno que promueve la violencia o la tolerancia a la marginalización a través del silencio o la apatía; sobre todo cuando la biblioteca en muchas intancias es vista como un proyecto comunitario y de justicia social. De ser así, ambos conceptos no pueden co-existir.
Referencias
Branum, C. (2008). The muth of library neutrality. Recuperado de [link]
Carlton, A. (2018, 12 de febrero). Are libraries neutral? American Libraries. Recuperado de [link]
Drabinski, E. (2018, 12 de febrero). Are libraries neutral? [Post blog]. Recuperado de [link]
Ferretti, J.A. (2018, 13 de febrero). Neutrality is hostility: The impact of (false) neutrality in academic librarianship. We Here. Recuperado de [link]
Lewis, A.M. (2008). Introduction. In A.M. Lewis (Ed.), Questioning Library Neutrality: Essays from Progressive Librarian (pp. 1-4). Duluth, MI: Library Juice Press
Wenzler, J. (2019). Neutrality and it’s discontents: An essay on ethics of librarianship. Libraries and the Academy, 19(1), 55-78. Recuperado de [link]
Williams, S. (2017, 4 de mayo). Librarians in the 21st century: It is becoming impossible to remain neutral. Literary Hub. Recuperado de [link]