Hemos adquirido una conducta condicionada por la tecnología, considerando que Pavlov (1849-1936), estaría frenético degustando esta nueva semblanza de comportamiento que poseemos, en donde la virtualidad o el acceso a las redes, están fuera del alcance de las leyes conocidas de la naturaleza y, en este plano, no rigen.
La internet es una singularidad, un espacio sin lugares, sin distancias y, por consiguiente, sin demoras (ojo, todo depende de la conectividad de CANTV o los planes de datos que pagamos a Digitel, Movistar, Movilnet, o cualquier otro suscriptor de señal móvil).
Hipotéticamente debemos preguntar: ¿Dónde está habitando lo que ahora estamos viendo, leyendo, escuchando o tocando en la pantalla táctil? No lo sabemos. ¿En que lugar está? ¿Lejos? ¿Cerca? ¿Tiene sentido? ¿Es perceptible? ¿Es tangible, intangible? ¿Está de inmediato a nuestro alcance? Y lo que vemos, ¿Ha sucedido?, ¿Está sucediendo? ¿Es panfletario? No importa. Sea real o falso, todo nos llega con igual inmediatez. Así que estamos en un espacio sin lugares, sin distancias, sin demoras.
A Frederick Taylor (1856-1915), suelen criticarlo o lo criticaban, porque él no les preguntaba a los trabajadores como hacer su oficio sino que el mismo se los decía, los tiempos han cambiado, ahora debemos armonizar entre nosotros mismos y procurar tener un equilibrio de cuánto tiempo le vamos a dedicar a revisar las redes sociales y procurar hacer nuestro trabajo.
Podemos argumentar, erase una vez, una máquina que ocupaba una habitación, como el Colossus o el ENIAC (Molero, 2014), disipando calor, pues no había aún transistores y utilizaban válvulas, diodos, como las de las radios antiguos, máquinas atendidas por varias personas, y la necesidad comunicacional origino su evolución, Maslow (1908-1970), hubiese sumado a su estudio, los smartphone, a las necesidades humanas.
Somos agiles con los dedos, cada vez que los desplazamos por la pantalla táctil, nos extasiamos de la potencia y versatilidad extraordinariamente superior a las primeras máquinas.
Esta nueva extremidad que poseemos, se adueñó de nuestras vidas y la cuidamos tanto como si fuese un miembro de nuestra familia, porque obtiene más cariño y dedicación, esta adherido a cada uno de nosotros las 24 horas del día. Es decir, una prótesis.
La potencia de esa prótesis es tan brutal que nos conecta con un mundo virtual y nos desconecta de la realidad; es una prótesis no para nuestras piernas, nuestras manos, sino para nuestro cerebro.
Mientras nos damos cuenta del momento en que estamos y de cómo nos está influyendo esta evolución acelerada por el motor de la tecnología, nos distraemos hablando y discutiendo sobre trivialidades de las redes sociales.
Y, seamos realistas, aquí estamos, acomodándonos como podemos, en la medida de lo posible a los avances de turno. A las tecnologías que se despegan una de otra a una velocidad increíble. Anteriormente los cambios se daban con años de diferencia, ahora es cuestión de minutos. ¿Quién es ese usuario que tiene 16 millones de seguidores? ¿Hay una nueva red social? ¿Cómo funciona? ¿Hay que apretar acá? ¿Qué aportes podré obtener?.
Es nuestro presente y, seguramente también el futuro. Lo viejo contra lo nuevo, lo retro contra la imperante carrera de la virtualidad.
Fernando Antonio Salas Granado
Bibliografía.
Mayol Marcó, D. (2013). Taylor, cien años después.- Caracas: Revista Venezolana de Análisis de Coyuntura. Vol. XIX, No. 2 (jul-dic), pp. 195-209.
Molero, X. (2014). Del ENIAC, hasta los andares. España: Departament d’Informàtica de Sistemes i Computadors Universitat Politècnica de València.
Quezada Orellana, I. (2020). La enseñanza: la base del iceberg para la sociedad.- Ecuador: Universidad del Azuay.
Turienzo, R. (2016). El pequeño libro de la motivación.- España: Centro Libros PAPF.