Sobre las primeras colecciones y la evolución de las bibliotecas académicas

Evidentemente la biblioteca académica, como tal, no existió durante los inicios de las universidades, sin embargo, las mismas necesidades de la universidad y su comunidad, así como los usos de la lectura y el libro impreso, hicieron que poco a poco esas colecciones fueran creciendo.

Durante la Edad Media, el estudio tenía dos características fundamentales que permitieron que las bibliotecas académicas se desarrollaran en las universidades. Una estaba relacionada con la lectura comparada de los documentos, y otra tenía que ver con la forma en cómo estaban escritos los libros. Se pasó del texto escrito en una página lineal a su separación en secciones, párrafos, capítulos y comentarios adjuntos que facilitaban su consulta y compresión en silencio (Cavallo & Chartier, 2011, pp. 45–46). Sumado a lo anterior, al separarse también las palabras en la escritura, la lectura silenciosa fue todavía más viable pues antes se efectuaba en voz alta en salas de lectura compartida. La lectura, ahora en silencio, hizo que las salas de lectura comunales fueran más útiles, lo que propició el desarrollo de colecciones de libros de referencia en las bibliotecas de las universidades (Moodie, 2016, p. 50). Poco a poco estas colecciones fueron transformándose en verdaderas bibliotecas.

En este contexto, es como la biblioteca académica encontró su fundamento histórico y social, su razón de ser en el estudio y la investigación. Pasaron de ser simples colecciones de libros en las universidades a convertirse en un elemento fundamental para la enseñanza y el aprendizaje, sobre todo en los colegios universitarios en donde empezaron a desarrollarse colecciones de referencia.

Los primeros colegios universitarios genuinos, que en su mayoría eran grupos de estudiantes, se crearon durante la segunda mitad del siglo XIII. No obstante, las bibliotecas académicas, como tales, surgieron a partir de los siglos XIV y XV, y las bibliotecas de los colegios fueron las pioneras, sin embargo, no hubo una biblioteca central para toda la universidad, sino que cada colegio o facultad tenía la suya.

En términos generales, estos recintos tenían dos tipos de colecciones: la primera de ellas correspondía a los libros de consulta o referencia, éstos regularmente estaban encadenados pues no podían salir de la biblioteca; la segunda, era una colección con títulos que tenían varios ejemplares o eran de poco uso, la cual estaba destinada al préstamo de profesores y algunos estudiantes (Escolar, 1990, pp. 204–205). Estas bibliotecas contaban con un sistema de consulta rudimentario, mediante un listado de obras era posible ver qué materiales poseía la biblioteca. Asimismo, había un bibliotecario responsable de su administración y atención a los usuarios.

Las bibliotecas académicas de aquellos siglos funcionaban como un recurso para la investigación y el estudio, aunque no tanto para la enseñanza y el aprendizaje generalizado. La razón se debe a que sólo profesores, estudiantes avanzados y personas externas privilegiadas que hacían investigaciones en humanidades podían hacer uso de la biblioteca en la universidad (Freshwater, 2006, p. 358). No obstante, desde el punto de vista práctico, la biblioteca académica se le consideraba como elemento fundamental en la adquisición de conocimientos, aunque sus colecciones no ofrecieran lo más nuevo o reciente, tal como lo señala Jensen:

Al depender de donaciones, que en el mejor de los casos reflejaban los intereses académicos de la generación recientemente fallecida, las bibliotecas no pudieron proporcionar a los estudiosos el conocimiento sobre los desarrollos o controversias más recientes (2006, p. 358).

Las primeras bibliotecas académicas funcionaron más para custodia del conocimiento que para cuestiones pedagógicas, como la enseñanza y el aprendizaje (Freshwater, 2006, p. 358). No obstante, la función de conservación del conocimiento siempre ha sido una de las principales funciones, incluso hasta nuestros días.

La función de preservar la memoria contribuye a la lucha contra la muerte de la cultura, un temor expresado repetidamente. Cualesquiera que sean los cambios en la sociedad que ocurren a través del comportamiento de algunos de nuestros estudiantes, se les ofrece la oportunidad de volver a conectarse con los métodos de pensamiento, reflexión y conocimiento que tiene la escuela. (Roche, 2017, párr. 27)

Esta conservación del conocimiento fue imprescindible para las primeras bibliotecas académicas pues el libro manuscrito era mucho más costoso que el libro impreso, y su mantenimiento representaba no solo preservar el conocimiento sino también el libro en sí mismo, como objeto creativo. Con la invención de la imprenta de tipos móviles en 1450 (Febvre & Martin, 2005), la producción del libro fue más sencilla y menos costosa, lo que estimuló su disponibilidad tanto para las personas como para las bibliotecas que se vieron favorecidas por este hecho, pues sus colecciones crecieron en volumen y complejidad (Harris, 1999, p. 127).

Dicho llanamente, las bibliotecas académicas no existirían en su forma actual sin el libro impreso. Muchos libros en la mayoría de las bibliotecas son más antiguos que las bibliotecas mismas. En los últimos quinientos años, desde Gutenberg, el conocimiento humano se ha centrado en el libro impreso. (Thompson & Carr, 1990, pp. 26–27)

A finales del siglo XVII y principios del XVIII, las bibliotecas académicas «desarrollaron un nuevo rol, o tal vez un renacimiento transformado de su rol anterior, como repositorios de los libros sobre un tema que pocos eruditos, si es que ninguno, podrían poseer realmente» (Moodie, 2016, p. 54). La gran cantidad de libros impresos que ahora circulaban, gracias a la imprenta, benefició la divulgación del conocimiento. Elizabeth Eisenstein menciona que los cambios políticos y la revoluciones intelectual e industrial de los siglos XVII y XVII no solo deben verse como un producto de la revolución comercial que se ejemplificó en el descubrimiento de nuevas rutas para el comercio, o en el cambio de los modos de producción que afectaron la industria textil y la comercialización de ropa, sino también como resultado de una revolución comunicativa que se benefició de la circulación del libro impreso y de las nuevas publicaciones científicas (2010, pp. 27–28). Con esta explosión de literatura impresa, ya no era posible tener, como individuo, todo lo que se iba publicando diariamente, para ello, los estudiosos comenzaron a recurrir a las bibliotecas, pues éstas tenían mejores opciones para adquirir los materiales necesarios, y las bibliotecas de las universidades empezaron a jugar un papel importante en el desarrollo de sus colecciones, tanto especializadas como generales.

La evolución de las primeras bibliotecas académicas a partir de pequeñas colecciones en las universidades es un tema sumamente extenso, pero con estos datos, espero haber esbozado un poco papel fundamental que ha tenido la biblioteca en las instituciones educativas a lo largo de la historia.

Obras consultadas

Cavallo, G., & Chartier, R. (2011). Introducción. En G. Cavallo & R. Chartier (Eds.), Historia de la lectura: En el mundo Occidental (pp. 25–65). Santillana Ediciones Generales.

Eisenstein, E. L. (2010). La imprenta como agente de cambio: Comunicación y transformaciones culturales en la Europa moderna temprana (K. Bello, Trad.). Fondo de Cultura Económica.

Escolar, H. (1990). Historia de las bibliotecas (3a ed). Fundación Germán Sánchez Ruipérez : Pirámide.

Febvre, L. P. V., & Martin, H.-J. (2005). La aparición del libro (A. Millares Carlo, Trad.). Fondo de Cultura Económica.

Freshwater, P. (2006). Books and universities. En G. Mandelbrote & K. A. Manley (Eds.), The Cambridge history of libraries in Britain and Ireland: Vol. II 1640–1850 (pp. 345–370). Cambridge University Press.

Harris, M. H. (1999). History of libraries in the Western World (4a ed.). Scarecrow.

Jensen, K. (2006). Universities and colleges. En E. Leedham-Green & T. Webber (Eds.), The Cambridge history of libraries in Britain and Ireland: Vol. I To 1640 (pp. 345–362). Cambridge University Press.

Moodie, G. (2016). Universities, disruptive technologies, and continuity in higher education: The impact of information revolutions. Palgrave Macmillan. https://doi.org/10.1057/978-1-137-54943-3

Roche, F. (2017). Quel avenir pour la bibliothèque en tant que lieu? En F. Roche & F. Saby (Eds.), L’avenir des bibliothèques: L’exemple des bibliothèques universitaires. Presses de l’enssib.

Thompson, J., & Carr, R. (1990). La biblioteca universitaria: Introducción a su gestión (D. Torra Ferrer, Trad.). Fundación Germán Sánchez Ruipérez : Pirámide.

 

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